jueves, 11 de agosto de 2011

LOS NOVENTA: APELANDO A LOS ARCHIVOS DE LA MEMORIA.

Uno se pregunta qué lleva a que se haga una muestra retrospectiva, en este caso de los noventa, qué motivaciones están detrás y, sobre todo, qué consecuencias tiene. El ejercicio de la memoria jamás es inocente. Cuando recordamos los hacemos para ubicar ciertos hechos en una secuencia histórica o para colocarnos a nosotros mismos como parte de una corriente que desembocaría en nosotros los que vivimos en este presente.

Nunca podemos recuperar el pasado completo; muchas cosas están ocultas para siempre. A aquello que queda, le sometemos a un ejercicio de selección: las cosas que olvidamos o que queremos olvidar; y las cosas que recordamos, que son las que están aquí frente a nosotros, junto con algunas que no alcanzamos a traer.

Esta muestra de arte de los noventa que se puede ver en el Museo de Arte Moderno de Cuenca, realizado por la Bienal Internacional de Cuenca y curada por Hernán Pacurucu, hace todo lo que he mencionado: es un ejercicio de olvido, aquellos que perdimos en los noventa; y por otra parte, como la parte más importante de esta exposición, nos propone la constitución de una tradición, la conformación de una memoria que sería nuestra memoria, sobre el fondo de la cual lo que sucede lo que actualmente tiene sentido.

Y lo tiene como sucesión, como secuencia, como continuidad, como el punto de partida, como el origen nuestro del arte posmoderno que vivimos en la actualidad.

Apelando a los archivos de la memoria, como se llama esta muestra, diera la impresión de que esos archivos se encuentran listos y que lo único que hemos hecho ha sido acudir a ellos para recuperar un período de nuestra historia.

Sin embargo, al llegar al destino de nuestro viaje nos percatamos de que los archivos no existían –como efectivamente no existen en nuestro país-, sino que teníamos que organizarlos. Y creo que la mirada con la que se realiza esa tarea –más o menos inconscientemente por parte de todos nosotros- tiene que ver con una pregunta que nos evade con toda facilidad: ¿quiénes son nuestros contemporáneos, respecto de quienes nos sentimos que vivimos en el mismo tiempo, qué sucede simultáneamente?

Hay un gran desfase, que la globalización tiende a cerrar aunque para abrir otros tantos agujeros, entre lo que sucede en el arte occidental y lo que se da entre nosotros; no tanto porque nuestro arte sea peor o mejor; solamente porque aun siendo tan bueno como cualquier otro, llega después, viaja a una velocidad diferente, es un reloj que hagamos lo que hagamos siempre atrasa.

Así que esta muestra puede y de hecho será vista al menos de dos maneras: la primera que se preguntará por las relaciones del arte que aquí vemos con lo que se hacía en ese momento en Occidente, y se tratará de ubicarlo en las corrientes, tendencias, escuelas, influencias, parecidos, como si su pertenencia a la genealogía del primer mundo resolviera automáticamente el plano de sus significaciones.

La segunda, mucho más difícil de adoptar, se pregunta –y es lo que hacemos aquí y ahora- por ese inicio del tiempo que vivimos, de la contemporaneidad que todavía habitamos, de ese presente extendido que comienza precisamente en los noventa.

Con los artistas de los noventa, representados en esta muestra, ¿qué es lo que da inicio? Seguramente la posmodernidad, más aún: nuestra propia posmodernidad, para decirlo de un modo harto latinoamericano.

Lo que sugiero que el conjunto de las obras expuestas sacan a la luz es, precisamente, el carácter nuestro de la posmodernidad; esto es: asentada sobre un suelo en el que una multitud vive precariamente y con ansías interminablemente insatisfechas de modernidad, con un arte –y unos intelectuales- que asumen la posmodernidad no como una elección sino como un destino.

Y que tratan por todos los medios de habitar la paradoja de un arte que no coincide con la realidad sobre la que se levanta; y lo que es peor, de habitar una sociedad en donde el arte que se produce es irreconocible. ¿Qué otra podría caber sino un gesto irónico?

Una retrospectiva –cualquier retrospectiva- tiene problemas para restablecer el gesto irónico de las obras, porque no puede trasladar el momento en que fueron hechas, no puede rehacer las condiciones sociales con las que se confrontaban. Por eso, tienden las obras – quizás- a volverse "clásicas", quiero decir: símbolos altamente representativos de una época que es, justamente, aquella en la que nos reconocemos.

Celebremos, entonces, este gesto arqueológico de nuestro propio presente que pone a la luz el inicio pleno del arte posmoderno en el Ecuador.

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