miércoles, 2 de junio de 2010

BAUDRILLARD, EL SÍNTOMA


Leer a Baudrillard no es una tarea cualquiera. Hay allí una circularidad. Aproximarse a sus textos requiere de una estrategia fatal, tal como se titula uno de sus libros. Por eso, cabe preguntarse: ¿cómo leer a Baudrillard? Hay que diseñar unas estrategias básicas que nos permitan entrar en su pensamiento, entender de qué está hablando y, sobre, todo la relación entre sus afirmaciones y la realidad social y político, cuestión que ha sido en muchos casos el punto de enfrentamiento con sus afirmaciones.

Cuando dice que la Guerra del Golfo nunca se dio, nos quedamos desconcertados. Incluso es evidente que tendría consecuencias políticas desastrosas. ¿Qué ha querido decir con esta tipo de provocaciones? Ciertamente jamás se le hubiera decir que en la realidad no tuvo lugar la guerra con todas sus consecuencias, sino la radical distorsión de esa brutal situación al ser sometido a los medios de comunicación de masas, al hecho de poder estar en un sillón cómodamente instalados mirando el bombardeo de Bagdad. Así que lo escandaloso no es la frase, sino la posibilidad de estar mirando una guerra en tiempo real comiendo popcorn.

¿De qué estrategias de lecturas tenemos que dotarnos para no quedar presos de la transparencia del mal? ¿De qué modo nos dotamos de una mirada que se aleje de los retorcidos mundos académicos y que abra una ventana a la seducción? La primera maniobra a realizar en este escenario establece a Baudrillard como un síntoma. Y, por lo tanto, dejamos de preguntarnos acerca de su verdad, de su corrección, de su capacidad de representar la realidad tal como es o se pretende que sea. Ciertamente un síntoma muy especial, porque más que interesarnos de qué fenómeno proviene, queremos mostrar cómo se comporta, que efectos produce, cómo se propaga, a qué procesos virales remite.

Un segundo movimiento que habría que ensayar, tiene que ver con la ironía. Se podría recordar a Kafka llegando a un bar a ver a sus amigos para leerles la Metamorfosis. Desde las primeras líneas hasta el final, todos ellos encontraban un profundo sesgo de humor ese texto que a nosotros suele parecernos simplemente terrible. Incluso cuando finalmente el escarabajo, en el que se había convertido Gregorio Samsa, es barrido, provoca una risotada general en el público. Hay en Kafka una doble ironía: una sobre el texto y otra sobre él mismo y sus amigos. La capacidad de reírse comienza con uno mismo. No sirve de nada tomarse seriamente sino somos capaces de reírnos de nosotros mismos.

La ironía que se propone para leer a Baudrillard, el síntoma, tiene este doble lado: el texto en muchos partes, en varias de sus afirmaciones centrales, es ante todo un enorme gesto irónico, iconoclasta a más no poder, recubierto de capa de lenguaje que batalla todo el tiempo contra sí mismo, contra su entendimiento estándar, común y corriente, en un afán permanente de retorcerle el cuello a las palabras. De nada servirá este ejercicio deconstructivo sobre Baudrillard, si no va acompañado durante toda la lectura, de una ironía sobre el que lee, porque finalmente el texto se ríe de nosotros y nuestra tarea es sumarnos a la carcajada, aunque al final nos deje con un sabor amargo en la boca.

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