"Creo que lo largo de este período histórico, el deseo del hombre, largamente sondeado, anestesiado, adormecido por los moralistas, domesticado por los educadores, traicionado por las academias, se refugió, se reprimió muy sencillamente, en la pasión más sutil y también más ciega…" (Lacan)
He dejado incompleta la cita de Lacan, porque la respuesta la he olvidado; y cuando me acuerdo de ella, veo que no es válida para nuestro tiempo y probablemente ni siquiera para el suyo. Sirve, entonces, como diagnóstico. Y la cura tenemos que encontrarlas nosotros mismos. No viene dada en un texto, por más lúcido que sea. No está escrito en alguna profecía que viniera a iluminarnos y mostrarnos cuándo comienza el mundo y cuándo termina el mundo. Tampoco tiene que ver con la jerga de la autenticidad, que solo es un camino para un elitismo, para partir el mundo en dos: en aquellos que han encontrado el camino y en aquellos que no lo han hecho.
Yo soy de los que no han encontrado el camino. Y cuando creo haber hallado la "senda correcta", me pregunto: ¿qué me está pasando? Más aún, cuando otros reconocen que voy bien, sé que voy muy mal. En estos casos sé que mi deseo ha sido anestesiado, adormecido, domesticado, traicionado, reprimido. Y tengo que despertarlo, tengo que sacudirme el peso brutal del poder sobre la vida, sobre la existencia. Y no se trata de las grandes metas de la existencia, o de la retórica de la buena vida, sino simplemente de la vida aquí y ahora, tal como es, con sus contradicciones y asperezas.Patético y terrorífico resulta cuando el Estado y el gobierno pretenden administrar la vida, cuando desde la constitución para abajo quieren reglamentar hasta el significado de lo que es el Buen Vivir. La primer norma del buen vivir es que el deseo imponga su ley y no que la ley se imponga sobre el deseo. La primera elección que no queremos que esté codificada es la decidir qué entender por buen vivir, cómo vivir, cómo existir de la manera en que nos plazca, cómo entregarnos al deseo sin que tenga que estar normado por los aparatos del Estado.
En este sentido, el psicoanálisis lacaniano es profundamente político, anticapitalista. Quiere poner un freno a ley, impedir que el Nombre del Padre imponga su deseo, que no es otro que servir a la lógica de la ganancia, del beneficio, de los negocios. Nos recuerda, cosa que el psicoanálisis olvida con demasiada frecuencia, que el malestar de la cultura es el malestar de cada individuo, trabado en su deseo.A cada generación le toca terminar la frase. Hacerlo es una cuestión de palabras. ¿De qué manera podemos nombrar al deseo en nuestra época? ¿Cómo podemos articular el deseo? Y es también un tema que atañe a lo real: ¿En dónde se ha refugiado el deseo en nuestro tiempo? ¿Cómo ha logrado huir del poder, si es que ha alcanzado a hacerlo?
A cada individuo le toca encontrarse con su propio deseo. La retórica de la autoayuda solo muestra de manera perversa esa necesidad. Por eso, la pierde siempre. Los libros y técnicas de autoayuda finalmente no pueden contra la lógica salvaje del capitalismo tardío en el momento de su mayor crisis. Hace falta mirar a la vida con los ojos abiertos, realizar la preguntas sin desvíos y si es necesario llegar al extremo de "estar en contra de mí mismo."(Derrida)