Hay un lugar común en el mundo del arte: todo vale. Todo es arte y quizás, por eso, ya nada es arte. Se ha disuelto en una nebulosa de prácticas y propuestas que carecen de límites, a tal extremo que no son reconocibles. El arte se encontraría en estado gaseoso, en los términos de Michaud.
Si se mira lo que sucede en cualquier exhibición, en las bienales que ahora proliferan a lo largo del mundo, parecería que tenemos que darle razón. La diversidad y la dispersión de las manifestaciones artísticas hacen difícil que podamos tener recorridos unificadores, hilos conductores.
La descripción clásica de las obras de arte, como la composición, texturas, colores, recorridos, han dejado de ser instrumentos adecuados para dar cuenta de lo que pasa en la obra de arte. La misma noción de obra está cuestionada.
Añadamos a todo esto que no podemos contar con la estética para establecer criterios de discriminación entre lo que es arte y lo que no es, entre lo que es buen arte y lo que es de mala calidad. También los discursos en torno al arte se han fragmentado en tantos pedazos como obras existen. Hasta se dice que a cada propuesta le corresponde un discurso específico.
La teoría está en los catálogos y, en su versión plenamente posmoderna, no se estructuran en una narratividad, que siga una secuencia lógica o una mirada comprensiva a una serie de fenómenos de este campo.
Sin embargo -¡qué sería del mundo si nos fuera quitada la posibilidad de decir: sin embargo- cabe otra posibilidad: detrás de la dispersión, la segmentación, la ruptura entre arte y estética, existen en el arte tendencias que, miradas con mayor proximidad, estructurarían ese mundo permitiendo que nos orientemos en ese mundo, que establezcamos recorridos y más adelante, que sirvan de sustento para la elaboración de teorías.
Se puede estar de acuerdo con la afirmación de que en el arte actual todo vale, incluido los discursos disímiles. Y, sin embargo, no todo vale, no todo es arte. Y, sin embargo, el campo del arte nunca ha estado tan delimitado.
El contenido de las manifestaciones artísticas tiene esa característica de carecer de límites. Las formas, en cambio, ni son tan variadas ni tan dispersas. Y por forma aquí se entiende el conjunto de estructuras y procedimientos que engloban el mundo del arte.
Aunque merecería un estudio mucho más detenido para probar esta afirmación podemos hacer un recuento de las formas actuales en el arte: formas clásicas –pintura, dibujo, grabado, fotografía, video…-, performance, happening, instalaciones, arte digital… A lo mejor se puede encontrar otras. Nunca serán tan numerosas y probablemente un análisis detenido nos mostraría que caen dentro de una clasificación limitada, de alguna de sus variantes o combinaciones posibles.
Dispersión del contenido, concentración de las formas. O si se prefiere en un lenguaje más técnico: flujos interminables de la substancia de la expresión y del contenido; y constitución de unidades operacionales resultantes de unas precisas formas del contenido y de la expresión.