"Un extraño orgullo nos lleva no solo a poseer al otro, sino a forzar su secreto, no solo a resultarle querido, sino serle fatal." (Baudrillard en "Estrategias fatales.")
Imaginemos que un hombre camina distraído por una calle cualquiera. Detrás de él, otros se encargan de borrar sus huellas. Limpian afanosamente el piso. Lavan los vidrios en donde él se ha reflejado. Con su máquina de olvido, hacen que todos aquellos con los que habla, le olviden. El hombre sigue adelante sin darse cuenta. Solo siente un extraño cosquilleo, una sensación de vacío que le va creciendo desde dentro. Ha empezado a dejar de existir. "…nadie puede vivir sin sus huellas."
Un hombre es perseguido. Alguien sigue sus pasos de un lugar a otro, de una ciudad a la siguiente, de una estación a la próxima. Se ha instalado frente a su casa y la espía todo el tiempo. El intenta protestar, defenderse. Sin embargo, el perseguidor no da la cara. Escapa rápidamente. Ni siquiera se le ha podido ver el rostro. Apenas una sombra rauda entre los matorrales. El hombre deja toda clase de mensajes: amenazadores, insinuantes, económicos. Todo es ineficaz. Hasta que un día se encuentran manos a boca. Se miran. Ella no intenta huir. Se le queda mirando. Le explica detenidamente que carecía de objetivo, que fue una casualidad y que no supo cómo detenerse. Él quiere un segundo encuentro. Ella le promete que le verá el próximo martes en la estación del norte. Ella jamás volverá a aparecer.
Entonces el hombre comienza una búsqueda frenética. Pregunta en los bares, en la policía, a los amigos. Nadie la ha visto jamás. Como si ella jamás hubiera existido, como si hubiera sido fruto de su imaginación. Ella, por su parte, se ha dedicado a borrar sus huellas.
Yace detrás de estas historias una inminencia. El hombre está a punto de descubrir que sus huellas se están borrando. Está al borde de la muerte, porque es una forma de homicidio.
El hombre está a punto de descubrir quién le persigue. Casi… es lo que se dice día a día. Llegué un segundo tarde, escapó de la trampa, alcance a verle y no la pude reconocer…
Cada uno a su manera quiere que la inminencia no se mantenga en suspenso sino que caiga de una vez y por todas y se estrelle en el pavimento. Y cuando esto sucede la inminencia muestra en lo que se convierte cuando se vuelve real: inminencia gris, gesto banal.
Es la inminencia lo seductor, lo maravilloso, lo que produce vértigo. Su realización está en el orden del asco.